¿Fue Trujillo un enfermo mental?
La figura del dictador Rafael Leonidas Trujillo ha fascinado a cientistas sociales, psiquiatras, historiadores y ciudadanos de todas las generaciones. Para bien y para mal, este tirano sanguinario, implacable con sus enemigos, represor y megalómano, no solo marco la vida de los dominicanos durante los 31 años que duro su Era (1930-1961), sino también a las generaciones posteriores y a la cultura política del dominicano de nuestros días.
La pregunta acerca de las características psicológicas de Trujillo ha sido formulada por muchos especialistas de la conducta. Igual atención han tenido otros personajes políticos perversos, como Hitler, Pol Pot o Stalin. Llueven diversas opiniones acerca del diagnóstico de este personaje, desde considerarlo un psicópata a señalar que padecía un trastorno antisocial de personalidad, como así lo afirma el psiquiatra José Miguel Gómez en su libro Trujillo visto por un psiquiatra.
Rafael Leónidas Trujillo Molina compartía casi todos los síntomas que resultan necesarios para poder afirmar que alguien sufre un trastorno narcisista de personalidad
De entrada hay que advertir que la discusión no persigue eximir de culpas y responsabilidades a quien ordenó el asesinato de cientos de personas y mantuvo bajo su bota autoritaria y despiadada a toda la sociedad dominicana, sino acercarnos a los mecanismos psíquicos que sirvieron de base a su comportamiento violento, desalmado y corrupto, no solo por curiosidad científica sino también porque las secuelas postraumáticas sufridas por el pueblo dominicano ameritan conocer en manos de quién estuvo sometido, dejando huellas que aún pesan en el comportamiento colectivo, constituyendo un trauma sociopolítico de grandes dimensiones.
Pero vayamos por partes. No existen evidencias de que Trujillo padeciera algún tipo de psicosis, puesto que no mostro desconexión con la realidad, aunque en sus últimos años diera claras señales de no interpretarla adecuadamente. A pesar de la presión internacional que experimento en los últimos años de su dictadura, y a la cada vez más numerosa oposición interna, seguía considerando indestructible su régimen. Salvo el delirio de grandeza, no había en Trujillo ninguna otra muestra de características psicóticas. Descartado ese diagnóstico, es plausible, en cambio, asumir graves trastornos en su personalidad.
La complejidad de sus rasgos patológicos hace difícil el identificar un único trastorno. Trujillo tenía rasgos paranoicos, como así evidencia su desconfianza generalizada y el sofisticado aparato represivo que organizó para vigilar no solo la vida pública de los ciudadanos, sino los más escatológicos detalles íntimos. Tenía fuertes rasgos narcisistas que se manifestaron en un exagerado sentido de su importancia que llegó a la megalomanía. También se aprecian fuertes tendencias antisociales que le hacían sentir placer trasgrediendo reglas morales y delinquiendo desde muy joven, hasta convertirse en el hombre más rico del país; los aspectos histriónicos de su personalidad lo recubrían de una teatralidad carnavalesca, que se ponía en evidencia en su vestir y en la puesta en escena de una farsa constante tanto en su modo de gobernar como en el de comportarse. Sus tendencias obsesivo-compulsivas lo hacían ser pulcro en extremo, predecible en sus rutinas y necio en su afán de perfección.
Hay un aspecto que cuestiona el diagnostico de personalidad antisocial, y era la capacidad que tenía Trujillo de planificar el futuro y ajustarse a las normas cuando le era propicio
Cuando se habla de un trastorno de personalidad se hace referencia a modos de pensar, actuar y sentir que por su generalización, persistencia e impacto en la vida del sujeto, adquieren rango de patología, por cuanto alteran las relaciones personales y todos los modos de interacción con el exterior y con la sociedad. Es la gravedad y la persistencia lo que establece la idea de que Trujillo no tenía rasgos alterados de personalidad, sino un trastorno de personalidad. ¿Pero de qué tipo?
A nuestro modo de ver, pese a que coexisten todos esos rasgos citados, prevalece el narcisismo por encima de todos, si es que nos ajustamos a los criterios diagnósticos que el Manual de desórdenes mentales de la Sociedad Americana de Psiquiatría establece. En ese sentido, Rafael Leónidas Trujillo Molina compartía casi todos los síntomas que resultan necesarios para poder afirmar que alguien sufre un trastorno narcisista de personalidad. El primero de estos síntomas es el exagerado sentido de importancia. Creía que era especial y único, y por supuesto superior a los demás. En segundo lugar, estaba poseído por la fantasía de éxito ilimitado, que lo llevó a extender los tentáculos de su dictadura fuera de las fronteras dominicanas. Era un explotador, no solo porque exigía el pago del 10 % del salario de todos los empleados públicos para el Partido Dominicano, sino porque usaba a las personas como pañuelos desechables y asumía al Estado como una prolongación más de su poder omnímodo. No poseía capacidad de empatía, lo que facilitaba su crueldad desalmada. La envidia era uno de sus rasgos más frecuentes, lo que le hacía arrebatar fortunas, tierras, hijas, esposas y desterrar, humillar o asesinar a aquellos que fueran capaces de hacerle sombra. Su sadismo hizo gala en el sofisticado y aterrador sistema de tortura, en la forma totalitaria de ejercer el dominio de los demás, y en el chantaje permanente que supuso el Foro Público. Por último, destaca su agresividad e irritabilidad proverbial, motivo de muchos de sus desaciertos políticos.
Fuera antisocial o narcisista, lo que más cuenta es la mordida profunda que su actuar público y privado dejo en la psiquis colectiva del pueblo dominicano
Aunque eran fuertes sus tendencias antisociales, hay un aspecto que cuestiona el diagnostico de personalidad antisocial, y era la capacidad que tenía Trujillo de planificar el futuro y ajustarse a las normas cuando le era propicio. Lejos de dejarse llevar por esa tendencia autodestructiva que caracteriza a los antisociales, Trujillo fue capaz, durante la mayor parte de su vida y de su gobierno, de ajustar su comportamiento a la conveniencia y, por tanto, a la racionalidad, lo que le granjeó el apoyo de los norteamericanos durante la ocupación de 1916-24, en la que hizo una brillante carrera militar, hasta poco antes de eclipsarse su Era. Por último, Trujillo hizo gala de una gran responsabilidad en los aspectos que consideraba importantes, como el rendimiento en el trabajo, el cuidado de su familia y de sus bienes.
Fuera antisocial o narcisista, lo que más cuenta es la mordida profunda que su actuar público y privado dejo en la psiquis colectiva del pueblo dominicano, porque siendo patológico su perfil es esperable que las consecuencias de sus huellas en la colectividad dominicana también lo sean. No hay que olvidar que una de las secuelas más frecuentes de un sujeto narcisista es impactar negativamente en la autoestima de quienes se someten a su poder, un rasgo que todavía perdura en el pueblo dominicano.
Es plausible también pensar que la tendencia a la desconfianza, que llevo a Zaglul a afirmar que éramos un pueblo paranoico, esté impregnada de ese terror totalitario que sometió a tres generaciones. Pero no menos importante es el arraigo de la idea de este país solo se “arregla” mediante el ejercicio del autoritarismo. Naturalmente, un dictador, por más que haya marcado a un pueblo durante 31 años, no basta para explicar la complejidad de la psicología del dominicano, pero puede ayudarnos a entender parte de las razones que han conformado una cultura política que viendo en la democracia el mejor sistema, añora y espera a un padre protector que también sepa tener la mano dura cuando se trata de “meternos en cintura”.
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