sábado, 3 de septiembre de 2016

¿HACE FALTA UN TRUJILLO ? Por José Alduey Sierra.


La muerte de Rafael Leónidas Trujillo Molina, la noche del 30 de mayo del 1961, significó  la desaparición  física  del  Jefe y el derrumbe de una tiranía. Trujillo produjo  más daño  y dolor que bienestar social. Sus  crímenes  horrendos, sus torturas, su gobierno despótico y dictatorial  maltrató y humilló  a muchas familias.  Su obra de odio, maldad y sangre  marcó la conducta normal de su tiránica administración. Se habla de más de 50 mil muertos en su régimen. 

Su peor legado es haber  institucionalizado el crimen desde  el  Estado, el  latrocinio, la delincuencia, y mantener la ignorancia y la miseria de  la población más pobre. Todo el modelo macroeconómico faraónico que heredamos hoy, que  eterniza  la miseria,  porque estrangula  la población más pobre, sin desarrollo humano, es originario de la tiranía de Trujillo. Nunca pagó salarios decentes ni desarrolló la educación. Lo mismo que ahora. En materia de políticas sociales y económicas  vivimos en plena  Era de Trujillo. 

Un grupito  de funcionarios, el  dictador y su familia eran los únicos con derecho a la prosperidad, al despilfarro y al derroche de los fondos públicos. El mismo modelo  de la democracia  con Joaquín Balaguer, con el PRD y con el PLD y el presidente Leonel Fernández. Faraonismo  y macroeconomía  estable, sin impacto social.

Su muerte  fue el final de  la  dictadura, el derrumbe completo  de  una  era de opresión,  muertes  y abusos,  que tuvo como  punto culminante  el salvaje y brutal  asesinato  de las hermanas Mirabal  y el  periodista  español  José Galindez. Con los crímenes y torturas más horrendos  ocurridos en la cárcel de la 40, el  martes 30 de mayo  de 1961, desapareció físicamente  el  tirano y se derrumbó aquel  régimen  oprobioso.  Pero  no  el  trujillismo  como cultura, ideología y  visión social mezquina del  Estado frente a la mayoría de la población. Ese trujillismo  sigue vigente, sigue vivo en la democracia.

Trujillo  edificó  muchas  obras. Es cierto. Creó  el sistema  financiero  y fundó  el capitalismo. Hizo toda la  infraestructura  vial y hospitalaria. Pagó la deuda  externa. Creó el Banco Central y el Banco de Reservas. Hizo  mucho. Pero  fue  una sola administración  de 31 años, equivalente a  ocho períodos de gobiernos democráticos  consecutivos. Bien analizados, los logros del trujillismo  no son tan extraordinarios  como  los  quieren  presentar sus defensores  y familiares. Cumplió  deberes  fundamentales del  Estado  moderno en cualquier Nación. Tampoco es como para perdonarlo, justificar sus crímenes y mandarlo a la Gloria.

La pregunta que todos debemos formularnos  es la siguiente: Ocho  presidentes  democráticos lo habrían hecho igual, mejor o peor?. Quizás mucho mejor, y con libertad y respeto a la vida. Entonces, sus logros no son  tantos  ni  tan significativos. Mucho menos  al precio de sangre  y dolor que debió pagar la Nación.  En material de obras, Leonel, Balaguer  y Trujillo están en la misma página de la historia.  Son modelos idénticos. Son peores que Trujillo en corrupción por cuestión de tiempo.

No  podemos  decir  que hace falta un Trujillo y que no valió la pena  haber  matado al dictador 50 años  después y darle paso a una era de libertad de hablar y elegir  nuestros  gobernantes.  Porque en la democracia haya muchos trujillitos, enriquecidos a la sombra del Estado. Trujillo y su corte era un grupo reducido de ladrones  y matones. Es verdad que ahora es masiva la fuerza de la impunidad y la corrupción. Pero podemos combatirla, denunciarla y corregirla con el poder del voto y de la prensa. 

¿Ha sido la democracia  peor que Trujillo?  En algunos aspectos sí.  Pero  eso  no  justifica  ninguna dictadura. La democracia, la libertad, es preferible siempre. Por más incompetente y decepcionante que  sea. Porque el votante tiene la palabra para castigar  sus  malos gobernantes en las  urnas. Siempre puede escoger algo  mejor. Pero siempre elegimos lo peor.  Al menos  malo. No  al bueno. 

No sabemos elegir o tenemos los ojos cerrados por los de arriba con la pobre inversión en educación.  Exactamente igual de pésima  y desastrosa en los trece gobiernos de la era democrática post-trujillista con la gobernabilidad administrada por el  PLD (tres períodos, 12 años), PRD (tres períodos, 12 años  y PRSC  (seis períodos, 22 años). Como  quiera  es preferible a  la dictadura.  Lo demuestran las grandes democracias contemporáneas, como Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania.  Aunque en todas partes hay muchos  problemas.

Apenas hemos tenido 12 gobiernos democráticos, en  50 años, después del  ajusticiamiento  de Trujillo.  Si  no contamos los siete meses del primer presidente electo  Juan Bosch  (1963), derrocado por los gorilas  del  trujillismo, el triunvirato de Donald Reid Cabral ni la gestión de Francisco Alberto Caamaño Deñó (1965)  ni la transición hacia  el  balaguerismo  con Héctor García Godoy, tras la Guerra de Abril de 1965.  

Es de suma importancia establecer los compromisos de Estado contraídos por Balaguer con el trujillismo. Porque es bien claro: Balaguer gobernó con las botas de Trujillo. No es nada nuevo.  Pero  que lo admita  la  familia Trujillo  le da categoría de un hecho histórico  consumado.  Y explica todo el comportamiento  militar y civil posterior desde el  poder, especialmente en los doce años,  1966-1978. Todo el abuso de la era oscura  y sangrienta del balaguerismo fue planificado. Que luego, retornado al poder por el PRD, liberalizó  un poco sus mandatos en 1986-1994. Pero un gobernante malo, en democracia, al servicio del trujillismo. 

Lo  importante  es  ver  ahora  en  qué forma  ha podido  perpetuarse  el  trujillismo en la sociedad dominicana actual, desde la caída del dictador  hasta  nuestros días.  A partir  de esa alianza estratégica Balaguer-Trujillo.  Que se ha mantenido en lo ideológico-cultural, en las políticas públicas clientelistas, en el manejo del  presupuesto  y los recursos del erario público, en la corrupción y en la impunidad, con la presencia en el  poder de los partidos gobernantes de la era democrática, llamados a producir el cambio, el relevo generacional, con el PRD y el PLD y sus respectivos  gobiernos. Sólo  hay que mirar las babilónicas villas de riqueza y los tugurios de la pobreza. 

Queda demostrado, si es que hacía falta esa demostración, que  el  nacimiento de la democracia, trae como  secuela , pese al  ajusticiamiento  de Trujillo,  la permanencia del trujillismo, como escuela  de teoría  y práctica  política de Estado, algo que se refleja en la superestructura de la sociedad, en la clase media y las clases bajas, así como en la conducta caudillista y mesiánica de nuestros  gobernantes,  amaestrados en el seguimiento de adhesión al trujillismo en muchas de sus manifestaciones políticas, ideológicas y culturales. 

Podemos palpar trujillismo en la violencia intrafamiliar  y  los altos  niveles  de  criminalidad en la sociedad  dominicana  de hoy, con la muerte de más de 200 mujeres al año,  como secuela  directa del machismo a ultranza y el  mal ejemplo que brindan desde arriba las autoridades judiciales  con la impunidad  y la tolerancia  absoluta a la  corrupción y el crimen como herencia  fatal  del  trujillismo. 

El servilismo político hacia la autoridad establecida, el  guapismo  como  demostración  de  fuerza, hombría  y valentía,  el  exceso  de autoridad  militar, el  autoritarismo  civil, el  jefismo  y el abuso de poder, son expresiones claras de  una  nación  que  todavía  vive  inmersa, en muchos aspectos,  en la mentalidad  del  trujillato.  

Es que el trujillismo es un modelo de ejercicio del poder todavía vigente, vivo,  y con mucha fuerza en el país. No  importa quién gobierne. El  afianzamiento del  paternalismo, el  endiosamiento de los gobernantes de turno, está  presente  en  esa  cultura  del  trujillismo,  la biblia de la clase gobernante dominicana en el  manejo  político  del  Estado. Es trujillismo lo que impera en los cuarteles, con  los altos mandos militares ricos, y con veinte guardaespaldas para  cuidar sus fincas,  una manera de reproducir el perfil  del  Jefe. 

Si  miles de dominicanos  mueren ametrallados  por la Policía en los denominados “intercambios de disparos”, en pleno  Siglo XXI,   eso es secuela del trujillismo más  puro   en la  democracia, en flagrante violación a los derechos humanos. La justicia es ajena a ese permanente pelotón de fusilamiento. Es que la conducta político-militar frente a los civiles sigue normada por el abuso de poder,   el atropello del militarismo rancio que mantiene los patrones trujillistas como estandarte en muchos estamentos de las Fuerzas Armadas y la Policía, en la conducta práctica, con violaciones elementales  a su  Ley Orgánica de los cuerpos militares y policiales. 

La tarjeta de un oficial militar tiene más  categoría de ley que los principios constitucionales. Esas “tarjeticas”  tienen más influencia y más poder que cualquier legislación establecida. El  jefismo, una categoría histórica en el país,  coloca en funciones públicas a personajes incompetentes  por  pura influencia política, en desprecio de profesionales académicos y preparados. Civiles y militare. Eso es puro trujillismo.

Sin esas prácticas de transferencia de  la influencia  y el  poder, José Figueroa Agosto probablemente jamás  habría penetrado tan hondo como lo hizo en los más altos niveles de  la sociedad civil ni en los estamentos militares corrompidos por el  narcotráfico. La vuelta al trujillismo no es más que  una expresión  de descontento,  válida  frente  al deterioro profundo  de la autoridad  Por la crisis derivada de la impunidad compartida por el tripartidismo. Es una expresión de desahogo nacional, ante la impotencia. Lo que la gente quiere es más autoridad,  más respeto a la ley  y más  orden  con justicia social.  No más Trujillo.

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